Hoy es sábado y desde ayer todo el equipo de Simios está desparramado por el escenario de pinotea, en las penumbras del teatro La Comedia de Saladillo, mientras los integrantes de la banda se mezclan con los invitados haciendo la puesta a punto del sonido, las luces y la escenografía. Falta un día para el Show, los chicos y ayudantes están desde ayer temprano y el tiempo alcanza, cagando.
El olor a humedad es lo primero que nos pega cuando entramos en La Comedia. El consuelo es que se diluye o se asimila pronto. Es lo primero, quizás lo único que, con el correr de las horas, perderá protagonismo.
El escenario es un mar de cables e instrumentos, la batería sobre una tarima, micrófonos alrededor, pedaleras que minan el paso. En el fondo, un teclado ambienta la escena: es Tito, está probando sonido. Al costado guitarras, bajos, fundas. Más pedaleras. Alrededor, un telón que nos recubre rodea el cuadro y marca la diferencia, necesaria, entre artistas y público. Pero todavía no, mañana.
En el fondo, detrás de todo eso, el teatro La Comedia nos muestra sus pasadizos con telarañas, su utilería del siglo pasado, un techo tan alto como imaginaba, un mundo desconocido. Al costado, un anafe y un cenicero: agua fría y mate. El Pala se acerca, “voy a calentar agua”, yo me prendo un pucho, ahí, al costado de la banda y escucho una versión instrumental de Thriller con Tino Atala al bajo, como si nada.
Ya en primera fila, sentado como tantos otros amigos que vinieron a la previa, puedo ver el plano general de las tablas. Se acerca Mauro y sube los escalones. Se para en la altura, los organiza con calma profesional: “quiero ver como suenan acá arriba, después lo llevamos para allá”, dice, dibujando con el dedo una flecha imaginaria que apunta hacia mí, el público en general. Todos asienten y siguen las indicaciones. Falta muy poco tiempo, todavía hay mucho por hacer, esta situación podría ser un caos de novela, pero no lo es. En este momento en el Teatro se respira tranquilidad, paciencia, buenos modos. Se nota: todos confían en el de al lado.
Llegan dos personas y empiezan a construir las torres de las luces en el mismo escenario de madera en el que Facu y el Pala prueban los temas acústicos atentos a las recomendaciones de Mauro, todos de acuerdo. Tito sigue tocando de fondo, Octavio hace de nexo entre banda y sonido, porque no puede, no le sale, dejar de lado el detalle.
Un par de temas más para encontrar el sonido que se pretende. Dicho en una línea parece fácil: pasaron horas.
-“Listo. Son las 9 de la noche”
-“Falta la escenografía”
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La noche del domingo llegamos a La Comedia cerca de las 21 para sentarnos en el lugar ideal que buscamos probando butacas durante las pruebas del día anterior. La banda se pasó la tarde ultimando detalles. Ahora, la mitad del teatro está ocupada. Media hora antes de la hora programada, la mitad de La Comedia está esperando la apertura del telón. Nos sentamos donde podemos, nos repartimos, no importa, hoy solo importa Simios.
A sala llena se abre el telón.
¿Qué es ser un buen músico?
A veces, los ignorantes, solemos reducirlo a tocar bien, a ser virtuoso en el instrumento, a tocar rápido: la velocidad, pensamos, va de la mano con el talento. Ignorantes, decía.
En las tablas suena Simios a todo galope, un show con fuerza, sutil, con impronta profesional.
La pregunta toma forma de reflexión y a su vez de vivencia personal, porque tuvimos la suerte de ver a los Simios en el día a día, desde lo cotidiano. Entonces va: Ser un buen músico es mucho más que eso. Muchísimo más. Es juntarte con la gente adecuada, tocar el género a tu alcance, saber arreglar un tema para ponerle tu toque y que a su vez siga siendo ese tema, saber cómo y qué proponer, saber negociar, es saber tomar las decisiones sobre momentos, lugares, eventos.
El teatro rebalsa emocionado, el Pala, Adán, Octa, Tito y Facu, todos hacen su Show, con mayúscula. Para muchos un sueño cumplido, para otros un escalón más. Cada uno lo vive diferente y a la vez con tanta humildad. Lo difícil, en el escenario, se vuelve natural y la banda suena y los invitados se lucen.
Ser un buen músico es entender cuál es el rumbo a seguir, saber cuáles son las limitaciones propias y recurrir a la gente capacitada para una mano. Saber delegar, saber compartir, saber brindar apoyo para recibirlo luego. Es, también, confiar en el de al lado.
Y la pausa vino en forma de acústico, como en un living, como se suele arrancar antes de llegar hasta acá. Cómo arrancaron alguna vez tantas cosas.
No es solo tocar bien un instrumento. No es cuestión de juntar 5 que toquen bien y listo. Lo de anoche fue una consecuencia, sin azar de por medio, de un largo camino de buenas decisiones evaluadas y tomadas a conciencia que, en su mayoría, son ajenas a la música en sí, pero que hay que saber tomarlas igual.
El cierre fue emotivo, sonó Lady, el último tema de la noche. Ellos lo sabían y le pusieron todo, como siempre. Sonó como en Cooparte, Mr. Johnes, Galway, La Diligencia, Tiziano Bar, The Cavern, Eter Club, Elvis Bar, ahora en La Comedia frente a 250 personas conSold Out incluido. Coronaron con abrazo grupal, aplausos, algunos ojos húmedos, aplausos, todos a saludarlos, aplausos. Una despedida que duró lo que tiene que durar: lo que el público permita. Minutos más tarde las luces nos muestran la salida. Y con una nostalgia eufórica partimos.
Anoche me volvió a gustar la música, porque vi el largo proceso y el sacrificio que conlleva.
En el centro de la recepción una mesa y sobre ella el CD: Simios. La frutilla del postre y, sin duda, el mejor símbolo de esta banda: humilde pero serio, a pulmón profesional, un resumen de trabajo y arte, un resumen de Simios en 11 temas pensados, arreglados, ensayados, tocados, grabados y producidos en Saladillo.
Anoche me volvió a gustar la música, decía, porque la volví a entender y por eso, a valorar como ustedes.
Gracias.
Francisco Lanús Büll