Archivo diario: 13 de junio de 2012

Entre letras


Entre letraImagens me escondo y sobrevivo, como un niño asustado que teme salir al mundo, rodeado por sus placeres inmediatos. Las letras son un refugio, quizás el último de pie, un lugar de resistencia. También pueden ser lo otro, la banalidad absoluta, el lugar de la no idea. Claro que eso me pesa, y me pesa mal: prefiero no hablar de ello.

Entre letras hay, aunque no parezca, espacios invisibles donde se ocultan los miedos, las pasiones. Son lugares impensados donde nadie nada busca: “entre letras no hay nada”, dicen algunos, que pasan a la segunda luego de la primera, y después a la tercera. Desde ya.

Me encontrarán asomado por el estómago de la O, o bien mirando por el ventanuco de la A, de pronto atrapado detrás de la X, también discutiendo contra el punto de la i, sostenido por una fuerza invisible, sobrenatural, porque eso no puede ser. Hablando de manera newtoniana, digo. Encuentro mi pequeño paraíso sobre la línea indecisa de la S, tan cómoda para dormir y trepar. Me gusta más que las otras porque tiene espacio para dos, cómodos, y entonces la soledad dejaría de ser un problema, al menos territorial.

Las letras contemplan las presencias, los lugares comunes y hasta lógicos, con autores escondidos a medias, camuflados por la simetría de sonidos o la sinfonía de un texto. Pero es entre ellas donde se oculta el verdadero autor, en el espacio sin lugar, en el sonido mudo, en la capacidad de decir sin la necesidad de hacerlo. No es fácil encontrar ese refugio, sino más bien, dicen, imposible. No fue pensado para ser visto: el que se para por fuera no puede entrar, y quién está allí dentro, tiene vedada la salida. De todos modos, no debemos perder las esperanzas, porque el mundo tiene años y la historia, está escrito, tiene más respuestas de las que pensamos. Al menos, más consuelos. Para mí.

Dicen las leyendas que un día, a la pasada, un pibe vio una mano asomarse entre la T y la O de un libro de bolsillo: fue un momento fugaz y, según se narra, aterrador. Después del brazo siguió un hombro mano, un tórax, cabeza, piernas que trepaban, luego pelvis. Allí, entre las letras más pegadas del mundo, apareció la figura de un hombre, abandonado pero vivo, desnutrido pero vivo, que se desintegró al instante, consumido por la mirada azorada del niño. El hombre fue descubierto entre sus letras, y con ello, condenado. Murió ante la vista del otro: como todos sabemos, como a todos nos dicen, “entre letras no hay nada”.

Todo se mantuvo, cuentan las historias, en absoluto secreto. O al menos, se intentó de mala gana. Las versiones cambian y se cruzan, desaparecen como el hombre, se extinguen y reviven, se inventan y desinventan, perecen y vuelven a nacer, formando, claramente, el círculo de una vida. La historia, entonces, también piensa.

Parece que el niño no era ajeno al devenir del tiempo y con el correr de los años se convirtió en un hombre. Un día, común como todos, desapareció. En su casa encontraron papeles y tinta, plumas, palabras, textos y libros por cualquier parte doquier. Los investigadores pensaron “suicidio” como hipótesis y la mantuvieron firme como buenos investigadores: firme.  Al parecer, oficialmente, el hombre cargaba con un peso irrenunciable sobre su espalda, con una marca infinita de su infancia, que lo había sometido y condenado al aislamiento en los más oscuros recovecos de la tinta sobre papel, buscando, se dice, nosequé. De ahí en más, me dijo un investigador, “ponele el final que quieras”, sin saber que sus palabras me daban un honor ontológico, a la vez que narrativo.

Lo busco dentro del mundo y no está. Trato de pensarle un final y no me cierra, me incomoda no saber. Investigo y nada, hasta que abro un libro de bolsillo y lo veo o creo verlo o lo invento, entre las letras mas pegadas del mundo. Claro, dónde más sino: viviendo entre las letras, reemplazando a un hombre extraño, que alguna vez mató.

Francisco Lanús Büll  (7-5-2012)

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